Lejos de la efervescencia democrática o el debate público, la ciudadanía se muestra apática. La posibilidad de elegir a quienes definirán el futuro argentino no parece generar entusiasmo ni expectativa. El acto electoral, otrora símbolo de participación, hoy apenas roza la superficie de una sociedad que ya no se siente interpelada.

Mientras tanto, la clase política persiste en un ritual de campaña con aroma a naftalina. Los candidatos repiten fórmulas gastadas, fingen demencia ante la falta de movilización y simulan normalidad en un escenario que ya no responde a sus guiones. Salvo el oficialismo —que corre con la ventaja estructural de ser “el caballo del comisario”— el resto de las fuerzas políticas no logra encender la chispa ni movilizar a sus bases.

Este desfasaje entre la relevancia institucional del proceso electoral y el desgano social revela algo más profundo: No se trata solo de falta de expectativas, sino del desgaste de un vínculo político que parece haberse roto. La sociedad jujeña, absorta en su propia rutina, ha dejado de mirar hacia la política como herramienta de transformación. Y la política, aferrada a sus libretos, ha dejado de mirar hacia la sociedad.

La elección está a la vuelta de la esquina, pero la protagonista es la apatía. Una advertencia silenciosa sobre el agotamiento de un modelo de hacer política que, para volver a convencer, necesita algo más que candidatos: necesita reinventarse.

La campaña del aparato oficialista ¿Jujuy crece o se atornilla al Estado?

En un contexto de apatía social generalizada, el Frente Jujuy Crece encara la contienda electoral con una estrategia centrada en el despliegue de su aparato político y burocrático, consolidado meticulosamente durante la última década. Amparado en lo que en la jerga se denomina “el caballo del comisario”, el oficialismo no busca conquistar voluntades, sino asegurar su supervivencia institucional.

La movilización es vertical y total. La orden emana de la cúpula de la Unión Cívica Radical —Gerardo Morales, Jorge Rizzotti y el actual gobernador Carlos Sadir— y se replica a través de ministros, intendentes, comisionados municipales y una extensa red de funcionarios estatales. Todos están advertidos: La derrota de 2023, cuando no se logró ingresar ni un senador y apenas se obtuvo una banca, es considerada inadmisible para una fuerza que detenta el poder.

Por ende, el eje de la campaña reside en el control del ejido estatal, hoy la principal —y en muchos casos única— fuente de empleo formal para amplios sectores de la provincia. En este esquema, la amenaza electoral de los libertarios —presentados como “las fuerzas del mal”— opera como catalizador para cohesionar la base oficialista y reforzar la lealtad interna. El mensaje es inequívoco: La continuidad del aparato estatal depende de la victoria.

Pero la apuesta del oficialismo excede la coyuntura electoral inmediata. El objetivo es triple: Asegurar dos bancas nacionales que fortalezcan su influencia en la “rosca” nacional, especialmente a través del espacio Provincias Unidas, útil para mitigar el costo político de haber apoyado la Ley Bases de Milei. Reforzar la cohesión interna del Frente de cara a la disputa estratégica de 2027. Reposicionar la figura de su líder principal, cuyo rol como organizador político se reactiva, evidenciando su persistente capacidad de conducción. El reciente episodio con el MPA, orquestado directamente por él, es prueba de ello.

La estrategia electoral no se apoya en figuras carismáticas ni en la seducción del electorado. La elección de María Inés Zigarán y Mario Pizarro como principales candidatos lo confirma: Perfiles técnicos, funcionales al engranaje partidario y estatal, pero con escasa proyección social.

Así, el Frente Jujuy Crece apuesta por convertir sus múltiples ramificaciones —políticas, económicas y sociales— en una maquinaria electoral disciplinada. La victoria se persigue mediante la persuasión estructural, la organización minuciosa y la movilización interna, más que a través del debate público o la conquista de la opinión ciudadana. El objetivo es claro: Hacer valer el peso del aparato como garantía de supervivencia política y laboral.

Fuerza Patria: Entre la crítica nacional y la debilidad territorial

En Jujuy, el Frente Fuerza Patria apuesta por capitalizar el descontento social apelando no solo al nombre del espacio, sino también a las figuras de Cristina Fernández y Axel Kicillof. Su estrategia electoral se articula casi exclusivamente en torno al clima opositor nacional y a una crítica frontal al radicalismo jujeño, con especial énfasis en la “herencia de Gerardo Morales”. El objetivo es claro: renovar la banca de la diputada Leila Chaher en el Congreso.

Sin embargo, la coalición enfrenta una fragilidad estructural evidente. Aunque incluye al Partido Justicialista (PJ), la intervención del PJ jujeño terminó siendo un obstáculo para Chaher porque no solo fracasó el intento de “normalizar” el partido mediante internas o acuerdos, sino que se produjo una fuga de referentes clave —como Rubén Rivarola— que optaron por blanquear otros espacios. Esta sangría debilitó severamente la capacidad de movilización del Frente, un recurso decisivo en una provincia donde las campañas se definen históricamente por el despliegue de estructuras económicas, políticas y sociales. Rivarola, en ese sentido, representaba un engranaje fundamental.

Así, Fuerza Patria llega a la elección con una candidata de bajo nivel de conocimiento público, en un escenario marcado por el nuevo sistema de Boleta Única de Papel, que favorece a los nombres instalados por sobre las estructuras partidarias. La falta de visibilidad de Chaher se convierte así en un obstáculo difícil de sortear.

Sin embargo, a diferencia de la ingeniería electoral vertical del oficialismo, Fuerza Patria apuesta por el contacto directo con la gente. Su estrategia consiste en recorrer la provincia para recuperar el menguado caudal de votos peronistas y sumar adhesiones entre los sectores más golpeados por la gestión nacional de Javier Milei. En esta línea, el Frente se presenta como la única fuerza que “le pone el cuerpo” a los atropellos del oficialismo nacional y como la única estructura con vocación real de disputar el gobierno nacional en 2027.

En términos ideológicos y discursivos, la campaña de Chaher y compañía es coherente, pero presenta una debilidad organizativa que limita su alcance territorial por lo cual la gran paradoja de Fuerza Patria es su incapacidad para transformar la crítica en entusiasmo militante, y el entusiasmo en votos. Y finalmente, sin aparato, sin músculo y sin figuras de alto impacto, la apuesta por el descontento corre el riesgo de quedarse en la denuncia sin traducción electoral.

Frente Primero Jujuy Avanza: Una campaña costosa para sostener una estructura en retirada

El Frente Primero Jujuy Avanza, tan enrevesado como su nombre, condensa la reagrupación de las figuras más “tradicionales” de la política jujeña: Rubén Rivarola, Carlos Haquim, Guillermo Jenefes, Eduardo Fellner, Moisés, Perassi. Con candidaturas poco sintonizadas con la coyuntura —como la de Pedro Pascuttini, presentado como defensor de los intereses privados— el espacio apuesta a movilizar una estructura que, aunque aún conserva poder, exhibe signos evidentes de desgaste.

A diferencia de la maquinaria radical, cuyo músculo político se apoya en el aparato estatal, Primero Jujuy Avanza se sostiene sobre una red limitada a algunas intendencias, comisiones municipales y negocios propios. El capital político de sus referentes, un tanto  erosionado, y la estructura que alguna vez garantizó hegemonía territorial hoy parece operar en modo supervivencia.

El objetivo de esta reconfiguración es doble y ambicioso: por un lado, asegurar una banca nacional que permita seguir acompañando —y negociando con— la gestión del oficialismo provincial, con el que mantiene una relación cada vez más simbiótica. La muestra más clara de esta convivencia es el pedido de juicio político contra el ex Procurador General, Sergio Lello Sánchez, ingresado en la Legislatura por el bloque que responde a Rivarola, a solicitud directa de Gerardo Morales. Por otro lado, el verdadero anhelo del espacio es quedarse, de una vez por todas, con el control del Partido Justicialista jujeño, una disputa que sus principales referentes consideran estratégica para los fines mencionados anteriormente.

La campaña, sin embargo, no se apoya en propuestas ideológicas ni en una renovación discursiva. A diferencia del radicalismo —que garantiza lealtades mediante la distribución de cargos y empleo estatal— este sector recurre a su táctica histórica: la inversión de recursos económicos para sostener la movilización. Es una campaña costosa, diseñada para compensar la falta de hegemonía política con capital financiero.

Pero el riesgo es evidente. Los resultados de esta fórmula son cada vez más magros, y la capacidad de convertir dinero en votos parece estar en declive. La gran incógnita que se abre es si estamos ante el ocaso definitivo de una forma de hacer política basada en el poder del bolsillo, sin renovación de liderazgos ni conexión real con las demandas sociales.

El FITU apuesta a lo seguro, Alejandro Vilca

En un escenario electoral dominado por estructuras partidarias y capital económico, el Frente de Izquierda Unidad (FITU) presenta a Alejandro Vilca como su carta más firme siendo, de todos los candidatos, el más reconocido en la Boleta Única de Papel quien dicho sea de paso, sustenta su campaña en un discurso combativo y coherente, respaldado por una trayectoria de activismo constante en defensa de jubilados, estudiantes y trabajadores, tanto dentro como fuera del Congreso.

Sin embargo, el desafío que se presenta aquí es estructural. A pesar de su visibilidad, la renovación de su banca nacional exige superar un umbral de más de 80 mil votos, una cifra que históricamente ha resultado esquiva para la izquierda jujeña. La dificultad no reside en la falta de convicción, sino en la magnitud del caudal electoral requerido.

Desde el FITU, sin embargo, señalan que el contexto de pobreza creciente y la escasa credibilidad de las ofertas políticas tradicionales abren una grieta por donde buscar oportunidades. Y si el resultado no llegara a alcanzar para el congreso, vale recordar que Vilca cuenta con un “premio consuelo”: Su banca como diputado provincial, que asumirá en diciembre.

Un detalle no menor sobre esta campaña es que se diferencia radicalmente de las estrategias de los frentes mayoritarios. Se basa en una lógica militante confrontativa y territorial. El cara a cara con el electorado —en barriadas populares, ferias y espacios de concentración social— constituye el núcleo táctico del FITU, y Vilca lo ejecuta con eficacia. A esto se suma el activismo digital, donde la izquierda ha logrado consolidar una presencia sólida. En redes sociales, el espacio invierte, y mucho, no solo creatividad para difundir un mensaje claro y contundente contra los atropellos al pueblo trabajador jujeño.

Por esta razón la campaña de Vilca se configura como un estudio de caso: Una apuesta por el músculo ideológico y la comunicación directa, enfrentada a las maquinarias de movilización y al poder económico de los frentes tradicionales. El resultado, sea cual fuere, será insumo clave para analizar las mutaciones de la política local y el lugar que ocupa la izquierda en ese mapa. 

La Libertad No Avanza: Entre el capital residual y la autodestrucción política

La campaña del frente La Libertad Avanza (LLA) en Jujuy transita un estado de fragilidad y desdibujamiento no solo por la aparición de dos listas libertarias “muleta” que, aunque mínimas, le restan un caudal de votos, sino porque el espacio, desde su origen, se encuentra consumido por el caos interno y la sombra persistente de los escándalos que golpean a la gestión nacional y provincial.

El panorama se agrava con la estrategia adoptada por su principal candidato, Alfredo González, empresario proveniente del sector privado, quien ha optado por una táctica sistemática de evasión. González “finge demencia” ante las acusaciones de corrupción que rodean al gobierno de Javier Milei, y de hecho, ha comenzado a despegarse de su imagen, limitando su discurso a promesas vagas y proyectos futuros. También evita confrontar las urgencias del presente y omite cualquier enfrentamiento con el oficialismo radical contraponiendo el proyecto político de su espacio con el kirchnerismo que en la provincia no disputa poder.

Además, la supuesta campaña de “cara a cara” prometida por el espacio ha devenido en  fantasía. La ausencia de estructura militante, sumada a la falta de territorialidad, configura una situación de autocontención política que impide cualquier despliegue real. El frente parece encerrado en sí mismo, sin capacidad de expansión ni de interpelación efectiva.

Sin embargo, hay un dato que no puede ser soslayado: LLA aún conserva un capital electoral residual significativo en la provincia que aunque cayó del 58,3% en el balotaje presidencial de 2023 al 20,3% en las elecciones provinciales de mayo de este año, sigue representando un número nada despreciable. La incógnita es si ese caudal, arrastrado por la figura presidencial, será suficiente para compensar la falta de trabajo político y seriedad institucional del frente local. O si, por el contrario, La Libertad Avanza terminará despilfarrando su capital electoral en Jujuy, víctima de su propia inconsistencia.

La política sin propuesta

Tras recorrer las estrategias de los principales frentes políticos en Jujuy —desde el oficialismo radical hasta la izquierda, pasando por Primero Jujuy Avanza, Fuerza Patria y La Libertad Avanza— se impone una conclusión inquietante: Ninguna fuerza se explaya en propuestas concretas. En una elección nacional que define bancas en el Congreso, los candidatos evitan formular proyectos específicos, limitándose a slogans genéricos como “defender los intereses de los jujeños”.

El Frente Jujuy Crece apuesta al aparato estatal como garantía de supervivencia, sin necesidad de seducir al electorado con ideas. Fuerza Patria canaliza el descontento, pero carece de músculo territorial para convertirlo en programa. Primero Jujuy Avanza invierte capital económico para sostener estructuras en retirada, sin renovar su discurso. La Libertad Avanza se consume en su propio caos, sin enfrentar ni representar. Y el FITU, aunque coherente en su militancia, enfrenta un desafío numérico que lo obliga a concentrarse en la táctica más que en la propuesta.

Así, la campaña electoral en Jujuy se configura como una competencia de estructuras, nombres y recursos, más que de ideas volviendo a la política un ejercicio de supervivencia, de ocupación de espacios, de fidelización interna. El debate público, la confrontación de modelos, la construcción de futuro, brillan por su ausencia por lo cual la apatía social no es casual sino la respuesta lógica a una oferta política que ha dejado de interpelar. Y si las urnas no logran revertir esta tendencia, será la política la que deba reinventarse, antes de que el vacío programático se convierta en norma.